Sukkwan Island, de David Vann (Alfabia)
en La tormenta en un vaso

El ser humano es en ocasiones una ciudad sitiada que anhela en secreto la conquista, recibir la invasión del otro, capitular ante una vida ajena que le salve de la propia. Del mismo modo, la literatura es a veces la única carta de rendición que es capaz de firmar el hombre para que esa redención se consume. Sukkwan Island pertenece a esa estirpe de libros sobre la derrota luminosa, sobre la vida que se abre paso entre cicatrices, esa genealogía literaria en la que la evocación de la pérdida deja de ser una deriva estética para convertirse en una verdadera ética del amor.

Se hace difícil hablar de un libro del que se han dicho ya tantas cosas, que ha recibido premios y elogios por doquier y que se ha confirmado como una de las mejores novelas publicadas a lo largo de 2010, no sólo por un sello español como Alfabia, sino en muchos otros países, tanto en Francia con el mismo formato como en las ediciones anglosajonas, donde el texto forma parte de un conjunto de relatos titulado Legend of a suicide. Parece pues inútil a estas alturas reducir cualquier reseña de Sukkwan Island a dar noticia de su argumento o de su estructura y, sobre todo, de la biografía de su autor, David Vann.

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